domingo, 8 de julio de 2012

LOS VAMPIROS DEL AMANECER Me gustaría un día despertar en paz conmigo mismo. Decir que las cosas ya están medianamente bien. Que he podido superar las dificultades que me lastiman. Que ya no tengo necesidad de castigo. Que así como soy está bien. Que soy una persona que merece. Que me gusta la vida y puedo cambiar cuantas veces quiera. Que las cosas que me pasan son maravillosas. Y aunque algunas no tanto, poder sobrellevarlas con dignidad. Que soy sensible pero no me lastima la agresión del otro. Que puedo con mi cruz y que hice más liviano el peso de tu cruz. Que acepté mis fallas. Que realmente me gustaría vivir con su sabor amargo y su gusto dulzón a veces. Que la monotonía se puede convertir en diversión y que la rutina puede ser liviana. Que el mundo no fue ni será una porquería. Que descubro que soy autentico y repleto de bondad. Que voy directo al grano, y que el grano es el punto de partida para un panorama mejor. Que aunque digan que nunca es triste la verdad, que si tenga remedio. Que la vida no es una lucha, no es cruel pero si mucha. Que cada momento es un punto de partida para seguir con el punto en que he comenzado. Para volver y poder partir tantas veces como lo desee. Para que la luz de los que sueñan con la libertad no sea pequeña. Para que me regalen amor sin espinas, y que cada noche sea noche de fiesta. Para que nadie piense que todo está perdido y que nadie tenga que ofrecer su corazón. Para que el sol me ilumine tanto que no necesite mis ojos para verlo. Que podamos volar como Amaranta con su sábana, pero podamos volver a la tierra. Que nuestras alas sean del color prohibido y que deje de ser prohibido, valga la redundancia. Que la locura sea considerada sana, siempre y cuando uno domine sus propios demonios. Para que cada uno pueda descubrir el paraíso que está dentro suyo y hacer partícipe al otro de la verdad que no es la única verdad. Estos son los deseos de un vampiro que sueña siempre con el amanecer.

lunes, 16 de abril de 2012

TIARA DE NOCHE

Tiara, noche en mi melodía perversa. Aquélla que pasó por mi balcón y me regaló su canto y algo más que sus senos oblicuos.
Esa sinfonía encontrada en un rincón de mi almohada. Esa lágrima repleta de emoción inmensa en la sábana.
Tiara, la que no se rinde ni se esconde en la noche temeraria. Le hace frente a la oscura apariencia de los cuerpos. Se sumerge en los suaves gemidos de las sábanas y en el pecho de todos los hombres atravesándome.
Tiara era de noche. Tremenda en el amanecer siguiendo los pasos del silencio. Sigilosa, inquebrantable en el adiós mudo de susurros y de ruidos.
Tiara, un sueño que se coló antes del ocaso o acaso una canción en penumbras perfumadas de néctar. Que nos dejaba piedras inundadas de su olor.
Sé que me moja de sudor aún cuando no está. Sé que se enoja si le planteo una razón. Una cuestión. Es viento. Simplemente abunda. No entiende de explicaciones ni se ata.
Se la huele en la noche perfumada de estrellas, en la noche marginal.
Roza sus pechos por mi cara, canción de cuna. Canción de rosas. De rozar su piel supersticiosa por mi fragilidad. Las palabras de su piel. Su tacto taciturno que me pidió “ámame.” Tacto que entibia mi paladar, mi cardumen de sentidos que se aparean en su océano que fue.
La noche que apareció tenue en mi balcón, diamantada y embadurnada en perfume de rigor. Cubierta de alas. Repitió su adiós en una bofetada de mil veces no volveré, “allí estaré” señalándome con su uña hacia el espacio sideral. ¿Y dónde? Porque en esta encrucijada, escarbando en mi colchón, en los jardines de mi noche, en lo sublime de mis sueños, ya no te puedo sentir.
La noche se desvanece y me regala un firmamento sin ella.